Olvidémonos de la meta
Tenemos la manía de plantearnos nuestra vida como una carrera en la que debemos darlo todo para alcanzar nuestra meta, entendiendo la meta como el último escalón, como la última pantalla de un gran videojuego. ¿Pero dónde está la meta? ¿La podemos alcanzar realmente o vivimos persiguiendo una utopía?
Sinceramente, he llegado a la conclusión de que la meta -al igual que ocurre con la perfección- no existe y, por tanto, nunca puede alcanzarse. Da igual lo lejos que lleguemos en nuestro camino porque siempre podremos dar otro paso más, y otro, y otro, y otro... Cada vez que creamos alcanzar esa tan ansiada meta veremos como el camino se hace un poco más largo, como a la escalera que tanto nos ha costado subir se le suman unos cuantos escalones más.
Es inevitable, por mucho que hayamos vivido, por muy lejos que hayamos llegado en el camino y por muchas "metas" que hayamos alcanzado... Cuando llegue el momento de dar nuestro último paso siempre nos quedarán cosas por hacer, niveles por alcanzar. Así que, en lugar de plantearnos la vida como una carrera donde lo único importante es llegar a la meta, empecemos a verla como un agradable paseo sin rumbo fijo. Disfrutemos de las vistas. Tomémonos el tiempo necesario para admirar cada paisaje que vamos encontrando en nuestro camino. Asumamos el riesgo que implica desviarse de la ruta preestablecida. No tengamos miedo a detenernos cuantas veces creamos necesario, a tropezar o incluso a retroceder... No importa. Disfrutemos cada segundo del camino y olvidémonos de la meta. Al fin y al cabo la meta no es más que un punto más en el camino
Es inevitable, por mucho que hayamos vivido, por muy lejos que hayamos llegado en el camino y por muchas "metas" que hayamos alcanzado... Cuando llegue el momento de dar nuestro último paso siempre nos quedarán cosas por hacer, niveles por alcanzar. Así que, en lugar de plantearnos la vida como una carrera donde lo único importante es llegar a la meta, empecemos a verla como un agradable paseo sin rumbo fijo. Disfrutemos de las vistas. Tomémonos el tiempo necesario para admirar cada paisaje que vamos encontrando en nuestro camino. Asumamos el riesgo que implica desviarse de la ruta preestablecida. No tengamos miedo a detenernos cuantas veces creamos necesario, a tropezar o incluso a retroceder... No importa. Disfrutemos cada segundo del camino y olvidémonos de la meta. Al fin y al cabo la meta no es más que un punto más en el camino
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