Jugando a vivir
Da igual el tiempo que llevemos jugando a esto de vivir, porque por mucha experiencia que tengamos aún no hemos sido capaces de saber en qué consiste el juego. Nadie conoce las reglas, y si alguien está cerca de descubrirlas, de pronto la vida da un giro inesperado y las cambia por completo. La vida siempre fue una niña traviesa a la que le encanta jugar, y lo hace sin llegar a mostrar nunca sus cartas. Son pocos los años que llevo participando en este juego, y si hay algo que he sacado en claro es que no importa como juegues ni cuáles sean tus cartas, porque al final la vida siempre tiene un as debajo de la manga para ganar la partida.
Tenemos que empezar a asumirlo: nadie puede controlar a la vida, más que ella misma. Es ella quien mueve nuestros hilos, la que decide nuestros caminos, la que lleva el control de todo. Es ella, no nosotros. Y si en alguna ocasión llegamos a creernos dueños de nuestro destino ahí está la vida para mostrarnos que tan sólo era un espejismo. Así es la vida. Puede que en ocasiones parezca injusta, y no nos engañemos, posiblemente lo sea. Pero esa es la vida, una niña traviesa y caprichosa, a veces tierna y dulce, a veces malvada y cruel.
Después de todo, quizás sí que existe alguna regla en el juego: que no hay reglas para jugar. Quizás sólo se trate de avanzar por el tablero esquivando como mejor se pueda las trampas y obstáculos que nos depare el camino hasta llegar a una meta que ni siquiera sabemos dónde está. Y puede que se trate de una juego arriesgado, absurdo en ciertas ocasiones, pero esos son los mejores juegos, los más divertidos.
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