El comienzo
Aquí os dejo esto.... Que continuará, en algún momento determinado, no sé si aquí, o quién sabe si en otro sitio, pero me apetecía compartir esto.
Esto… Hola. Sí, ya sé lo que
estáis pensando, que vaya forma más cutre de empezar un libro.
Pero, ¿qué queréis? Nunca se me han dado bien los principios (ni
los finales… bueno, ni lo de en medio, para qué mentir). Os juro
que llevo más de una hora aquí sentada delante del ordenador en
estado de máxima concentración esperando encontrar la inspiración,
y cuando hablo de estado de máxima concentración podéis imaginarme
con una piruleta en la boca (por eso de que el azúcar es bueno para
el cerebro), las piernas cruzadas en una perfectamente conseguida
posición de loto que va a hacer necesaria la presencia de varias
grúas para que yo pueda levantarme del sofá, y una expresión de
concentración extrema que ríete tú de la dramatización de los
actores de novelas venezolanas (con todos mis respetos a las
Alexandra Camila y a todos los Luis Fernando Federico, y sus dramas,
ojo). Pues bien, lo único que he conseguido en este rato ha sido un
suave dolor de cabeza y un alto grado de desesperación y de mala
leche ante mi falta de ingenio, a lo cual hay que sumarle, claro
está, el dolor de piernas causado por la postura que me va a dejar
más de dos semanas andando más espatarrada que Jhon Wayne después
de dar la vuelta al mundo a lomos de su jaca (¿John Wayne montaba a
caballo? Bueno mira, haremos como que sí). Porque sí, la posición
de loto será muy buena para hacerte la interesante y hacer como que
piensas, y quedará muy bien en los folletos de yoga, pero de cómoda
tiene lo que yo de modelo de pasarela. ¿A nadie se le ocurrió la
posición del sofá? En fin.
Como os iba diciendo, los
principios casi siempre son la parte más complicada de cualquier
historia. Es lo más difícil: enfrentarte a una hoja en blanco,
empezar desde cero y sin nada en lo que apoyarte. El principio
siempre es un reto, y si a eso le añades que no tengo ninguna
experiencia como escritora más allá de elaborar la lista de la
compra cada viernes, pues os podéis hacer una idea del estado de
histeria en el que me encuentro al ser consciente del lío de tres
pares de narices (o lo que vienen siendo seis) en el que me he metido
yo sola. Llegados a este punto, y después de respirar como si fuera
una parturienta a punto de parir sextillizos por parto natural, creo
que lo más sensato es hacerle caso a aquello que siempre me dice mi
abuela: “Hija, tú cuando no sepas hacer algo, lo haces muy
rápido para que nadie se pueda dar cuenta de que no sabes
hacerlo”. Genia y figura. Esa es mi abuela.
Pues bien, al lío. Veréis. Todo
empezó un día de septiembre de hace ya unos cuantos años (aunque
no demasiados, que yo soy muy joven, las cosas como son) cuando,
después de estar 9 meses en la barriga de mi madre más plegada que
un acordeón, decidí que era el momento de hacer mi aparición
estelar en el mundo, y claro, para un acontecimiento tan importante
como ese no valía un momento cualquiera, tenía que ser el ideal. El
momento elegido fue un viernes a las dos de la tarde, en mitad de una
reunión familiar y justo antes de que a nadie le diese tiempo a
hincarle el diente al delicioso asado de cordero que mi madre había
preparado con tanto cariño y amor. Sí, yo es que era puñetera ya
incluso en la barriga, qué le vamos a hacer. El parto fue muy rápido
y sin complicaciones, (porque una puede ser puñetera pero hasta
cierto punto) y en menos de lo que se tarda en decir
esternocleidomastoideo ya estaba yo berreando en pelotas sobre
el pecho de mi madre mientras un montón de gente disfrazada nos
rodeaba.
- Mamá, ¿quiénes son estos locos? ¡Sálvame! –Pensé yo.
- ¿Esta pasa arrugada es mi hija? Bueno, cuando la limpien mejorará, supongo. –Pensó ella.
- ¿El partido era a las nueve o a las nueve y media? –Pensó el médico
Continuará..... Digo yo.
Comentarios
Publicar un comentario