Mirar fijamente tu reflejo

De pronto llega un momento en el que te das cuenta de que no eres capaz de reconocer al extraño que te mira desde el espejo. Casi todos tarde o temprano pasamos por esa etapa de confusión, de preguntas sin respuesta. Todo empieza un día en el que te levantas siguiendo una rutina que no recuerdas ni cuándo empezó, y lo haces sin ningún tipo de entusiasmo, solo por la costumbre de hacerlo, únicamente porque hacerlo es lo más fácil. Y así van pasando los días, uno tras otro, casi sin darte cuenta hasta que un día cualquiera te sorprendes mirándote al espejo con el ceño fruncido, preguntándote cuándo empezaste a cambiar, cuándo dejaste aparcados tus sueños y empezaste a ser un actor dentro de tu propia vida.

Como te decía todos tarde o temprano, en mayor o menor medida, pasamos por algo así. Y precisamente por eso puedo decirte que la solución jamás pasa por cambiar de espejo buscando alguno que sea más amable, que maquille la verdad o que se sirva directamente de engaños para decirte que tiene que ser así. La solución no está en decirte en voz alta lo mucho que te gustas al mirarte al espejo con la esperanza de poder creértelo en algún momento. La solución jamás pasa por mirar hacia otro lado y seguir como hasta ese momento, con la esperanza de que las cosas cambien por sí solas. Nunca lo hacen, y si lo hacen es, en el 99% de los casos, para empeorar.

La solución pasa por mirar fijamente ese reflejo, encontrar todo aquello que no te gusta y luchar por cambiarlo, hasta que llegue el día en el que, cuando te mires, el espejo no te devuelva la imagen de un extraño, sino la de aquel en el que siempre quisiste convertirte. Y no es fácil, claro que no. Pero hay muy pocas cosas en la vida que valgan realmente la pena y sean fáciles de conseguir.

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