No creo en San Valentín.

No creo en San Valentín, ni en sus bombones, ni en sus corazones, ni en sus flores, ni en sus tarjetas, ni en sus velas, ni en sus reservas de hotel, ni en sus cenas románticas, ni en sus colores rojo pasión, ni en sus gestos destinados a la galería, ni en sus miles de simbolismos establecidos por una sociedad excesivamente consumista, ni en sus muestras de amor marcadas por un calendario... 

Yo creo en los besos de un desayuno cualquiera, en las notas dejadas cada mañana en la puerta de la nevera, en la rosa que se regala sin ningún motivo, en los planes sorpresa, en el impulso de viajar para encontrarme contigo, en el masaje que relaja tu espalda después de un duro día de trabajo, en la piruleta que aparece de pronto entre mis cosas, en los bailes improvisados en el salón, en el impulso de taparte con la sábana de madrugada a pesar del enfado, en tu mano entrelaza con la mía, en el silencio compartido, en las miradas brillantes, en la chocolatina que siempre me compras cuando bajas al supermercado, en los abrazos espontáneos, en los atardeceres compartidos...

Lo siento, pero no creo en San Valentín. Yo creo en el amor.

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