Heridas cerradas

(Esto lo escribí hace ya varios días, y era algo que no pensaba compartir con nadie. Simplemente lo escribí porque necesitaba desahogarme, y necesitaba dar forma a todo lo que pasaba por mi cabeza. Sin embargo, hoy he tenido una conversación importante con una amiga  y me he dado cuenta de que, a veces, cuando escuchas o sabes  de alguien que ha pasado por lo mismo que tú y que ha conseguido superarlo, te das cuenta de que no estás solo y de que no eres el único que ha pasado por ello.
Aunque para mi es muy difícil hablar de este tema, (de hecho esta es la primera vez que lo comparto con alguien), he visto el alivio en los ojos de esta amiga al saber que se puede superar. Después de darle muchas vueltas he decidido usar este blog para compartir una parte de mi historia que nadie sabe, aunque sin demasiados detalles y sin profundizar demasiado en cosas que tanto me ha costado olvidar, ya que yo en algunos momentos habría necesitado un poco de apoyo y hubiese necesitado saber que no era la única.)


Hay heridas que nunca desaparecen, a pesar del tiempo que pase. Heridas a las que somos capaces de acostumbrarnos, y con las que aprendemos a vivir. Aunque a veces incluso llegas a creer que se han curado por completo, esas heridas te acompañan siempre, y basta con un recuerdo a destiempo, una canción o un simple comentario inocente  para que esas heridas que ya habías olvidado se abran de nuevo y vuelvan a sangrar. Sin embargo llega un momento en el que las heridas cicatrizan, y aunque siguen estando ahí, al final dejan de doler.
Lamentablemente, hace unos años me tocó vivir una situación que nadie debería vivir, pero mucho menos una niña de 6 años. Nadie debería obligar a un niño a crecer antes de tiempo, nadie debería cortarle las alas a su inocencia. En aquel momento la situación me vino demasiado grande y, como la niña que era, quizás no tomé la decisión más acertada, pero en ese momento decidí  guardar silencio, y que aquello quedaría siempre conmigo, guardado en un pequeño rincón. Al fin y al cabo, el daño estaba hecho y no quería que, además de mí, nadie más sufriera por aquello.  Ese mismo día me prometí a mí misma que no dejaría que aquello amargara mi vida, sino que me ayudaría a seguir hacia delante y a ser más fuerte.
A día de hoy, sigo firme en la decisión que tomé aquel día de no compartirlo con nadie. Tengo que reconocer que no ha sido fácil, y que he pasado muchos momentos difíciles. Cuando vives algo tan duro como lo que viví, el daño más grande no es la situación en sí, sino las huellas que deja en ti. En mi caso, aquello me llenó de miedos e inseguridades que me han acompañado a lo largo de mi vida.
Hace unos años todo lo que me recordaba a aquel momento de mi infancia me hacía daño. Ahora, pasado el tiempo, aquellos recuerdos me sirven para ver que aunque duros, aquellos momentos son parte del pasado. Hoy es el día en el que ya no duele echar la vista atrás, el día en el que los recuerdos ya no provocan lágrimas. Hoy es el día en el que me deshago de la pesada losa que me ha perseguido durante tantos años, el día en el que soy capaz de sonreír al ver que el esfuerzo valió la pena  y que, al final, cumplí mi promesa y seguí hacia delante.

Comentarios

  1. No sé qué te pasó hace años, pero se ve que fue algo muy duro. Pero saliste adelante, convirtiéndote en una gran persona, y muy valiente, seguro. Y me alegro mucho porque vales mucho.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Ojalá pudieras verte como yo te veo

Si me permites un consejo

El acoso de los talifanes