Oh mierda, estoy jodida

Llega el día en el que te despiertas feliz y con ganas de cantar, en el que haces lo de siempre, pero lo haces con más ganas que nunca, el día en el que piensas "sí, hoy es un gran día y voy a disfrutarlo". Todo va bien, todo es perfecto. Pero de pronto, basta un segundo para que todo cambie, para que esa felicidad se vea desplazada por el miedo y la adrenalina que dispara el latido incesante de tu corazón. Solo se necesita un instante para saber a ciencia cierta que la has cagado y que sin saber cómo te has metido en un gran lío, y ese instante es el momento en el que tú, parada en medio de la cocina, decides bajar la mirada hasta el suelo y te das cuenta de que sí, el suelo que tú acabas de pisotear sin ningún tipo de miramiento está recién fregado. "Oh mierda, estoy jodida", piensas. Y no, no te equivocas.

Inmediatamente analizas la situación en tu cabeza, y el miedo se extiende cada vez más rápido por todo tu cuerpo, hasta el punto en el que evitas incluso pestañear con tal de no hacer ningún tipo de ruido. Sabes que tu madre está en el salón, tan solo a unos metros de distancia, y que si te descubre lo vas a pasar mal, muy mal. En ese momento comprendes que únicamente tienes dos salidas: o bien intentar huir sin que nadie se percate de nada, o bien rezar todo lo que te sepas, y yo no sé a vosotros, pero a mi la catequesis me sirvió más bien poco.

Después de tomarte un segundo para respirar profundo empiezas con la operación "huida silenciosa", y tus movimientos, antes alegres y despreocupados, ahora se hacen más sutiles que el despertar de un chino (con todos mis respetos a los chinos y sus despertares). Poco a poco vas avanzando de nuevo hacia el pasillo, pisando única y exclusivamente donde habías pisado antes para entrar a la cocina y poniendo cara de retrasado interesante con la lengua fuera (porque yo no sé cuál es el motivo, pero todo el mundo sabe que para hacer algo con la mayor concentración y cuidado es necesario hacerlo con la lengua fuera, de siempre). 

Poco a poco vas llegando a tu destino. Ya empiezas a ver la luz al final del túnel, a visualizar la meta después los segundos más agónicos de toda tu vida, y dejas escapar una sonrisa al tiempo que haces un pequeño baile que puede traducirse como "soy la hostia, señores... Ríete tú del de misión imposible". Pero justo en ese momento en el que ya te habías convencido de que estabas sana y salva, de pronto la voz de tu madre se escucha potente y segura desde el salón dejándote más blanca que Casper:

         -Oye, ¿no me estarás pisando lo fregao?

En ese momento toda tu vida pasa por delante de tus ojos en tan solo medio segundo y haces lo único que puedes hacer en ese momento: correr hacia tu habitación como si no hubiese un mañana al tiempo que rezas lo poco que te sabes y prometes a quien te esté escuchando que si sales de ésta de ahora en adelante te vas a portar mejor que Teresa de Calcuta.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ojalá pudieras verte como yo te veo

Si me permites un consejo

El acoso de los talifanes