Yo no quiero un 14 de febrero
Mañana vuelve a ser 14 de febrero. Ya saben, ese día de vaciar los bolsillos en busca de un regalo bonito o de un plan romántico maravilloso, de inundarlo todo de corazones de todos los tipos, tamaños y colores posibles, de los tiernos osos de peluche con las típicas frases de San Valentín y en definitiva, de decir un te quiero más enfocado a la galería que a la persona que tenemos delante. Un día en el que las muestras de cariño son de todo menos espontáneas, donde creemos haber cumplido por el simple hecho de gastarnos unos cuantos euros, donde nos dejamos llevar como si fuésemos actores actuando bajo las órdenes de un guión. Y todo porque alguien, no sé exactamente quién, cuándo ni por qué, decidió establecer San Valentín como el día oficial del amor. Ya ves, como si el amor tuviese bastante con un único día marcado en rojo en el calendario, o como si se necesitase de alguna excusa estúpida para dejar volar libremente los sentimientos y entregar el amor sin filtros ni reservas.
Como dijo el gran Sabina, "yo no quiero 14 de febrero". Yo me quedo con el 16 de enero, el 30 de abril, el 1 de noviembre, el 10 de diciembre o el 23 de agosto. Yo no quiero un "te quiero" dicho por cumplir y de forma distraída, sino un "te amo" gritado en silencio cuando menos te lo esperas y sin ningún motivo. Yo no quiero una caja de bombones con forma de corazón y un lazo rojo, sino una nota encima de la mesa escrita con letra poco cuidada y renglones torcidos deseándome un buen día y sacándome una sonrisa. Yo no quiero un amor de grandes regalos, sino uno de pequeños detalles... No, yo no quiero un 14 de febrero. Yo no creo en los días señalados en rojo y no necesito ningún San Valentín, porque yo creo en el amor del día a día, en el amor de verdad.
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