Huir de la tranquilidad

Creo que casi todos hemos jugado alguna vez eso de imaginar cómo sería nuestra vida cuando fuésemos mayores, y creo que si comparásemos todas esas visiones, nos sorprendería ver que la mayoría son muy parecidas entre sí. Todos soñamos con lo mismo, todos buscamos lo mismo: Tranquilidad.

Buscamos la tranquilidad porque la asociamos a la felicidad. Vivimos pensando que estar tranquilo es sinónimo de estar feliz, de estar completo. Por eso nos pasamos toda nuestra vida en busca de esa tranquilidad, por eso nos da tanto miedo salirnos de ella. Vivimos persiguiendo sin cansancio la tranquilidad, hasta tal punto que poca gente se ha parado a pensar en qué es realmente esa tranquilidad. Muy pocos se han parado a pensar si realmente es eso lo que necesitan.

Sí, todos nos centramos en la búsqueda de la tranquilidad, aunque lo cierto es que empiezo a pensar que la vida consiste justamente en lo contrario. Cada vez estoy más convencida de que el objetivo no es encontrar la tranquilidad, sino encontrar la forma de esquivarla, de espantarla. ¿Sabes cuándo nos sentimos tranquilos? Nos sentimos tranquilos cuando  no tenemos nada que perder, cuando no nos estamos jugando nada, cuándo nada de lo que nos rodea tiene demasiada importancia. Nos sentimos tranquilos cuando no existe nada que consiga movernos por dentro, cuando no asumimos riesgos, cuando no apostamos, cuando no nos entregamos a nadie,  cuando no dejamos que nadie se cuele dentro… Nos sentimos tranquilos cuando nos dedicamos a pasar por nuestra vida sin atrevernos a vivirla.


Los grandes momentos de la vida no están acompañados de la tranquilidad, sino más bien de todo lo contrario. Los grandes momentos  vienen acompañados  de miedos, nervios, ansiedad, nostalgia, dudas, euforia…. Por eso, lo cierto es que no. No quiero una vida tranquila.

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