Cómo pasa el tiempo

"Parece mentira como pasa el tiempo". Me viene a la mente la infinidad de veces que he escuchado esa frase en boca de mi abuela y de mis padres sin haberme detenido en ella, y es en días como hoy cuando realmente le encuentro todo el sentido. Aunque parezca mentira ya han pasado 22 años desde que me estrené en el juego este de vivir, y lo hice con un berrinche de tres pares de narices y a unas horas muy poco oportunas de llegar. Y es que ya desde pequeñita andaba avisando que conmigo eso de hacer planes casi nunca suele funcionar.

Fue el día 12 de septiembre de 1992 cuando por alguna extraña razón yo llegaba al mundo con una meta clara que cumplir en la vida, la cual, por supuesto, no tengo ni la más remota idea de cuál es ni dónde se encuentra, por lo que voy improvisando desde que nací sin saber dónde acabaré. Confieso que creo en el destino, pero también pienso de él que es bastante caprichoso, porculero (con perdón de la expresión), y que a veces se despista, por lo que bastante a menudo hay que darle una pequeña ayudita para volver a enderezarlo.

A lo largo de todos estos años me tocó llorarle alguna vez a la vida, pero creo que cada lágrima me fue recompensada en forma de sonrisas sinceras y momentos de los que quedan guardados como bonitos recuerdos que nos llenan de aire fresco al rememorarlos. Han sido 22 años en los que he podido conocer el verdadero sentido de la amistad más allá de las distancias físicas; donde he podido sentir el amor y he tenido la oportunidad de entender que él siempre se abre paso superando todo tipo de normas y barreras, y que merece la pena disfrutarlo aunque a veces venga con fecha de caducidad; y en los que he aprendido la importancia de las pequeñas cosas. 

Soy consciente de que aún es mucho lo que tengo que aprender de la vida y que son muchos años (espero) los que me toca seguir enredada en el juego, pero a día de hoy puedo hacer balance y decir, sin miedo a equivocarme, que soy feliz y que estos años merecieron la pena.


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