Hoy necesito pedir perdón
La infancia es nuestra etapa más feliz. Se trata de un momento en el que nuestra inocencia nos convierte en pequeños seres a los que los adultos protegen llevándonos entre algodones y haciéndonos ver que la vida es un mundo repleto de colores y diversión. Durante esa parte de nuestra vida crecemos pensando que los mayores problemas que existen en el mundo se reducen a no poder salir una tarde a jugar al parque porque está lloviendo, o que tu madre te castigue sin poder ver los dibujos por haber hecho alguna trastada. Los niños no conocen el mundo que les rodea ni saben cómo funciona la vida. Y es precisamente esa ignorancia respecto al mundo que nos rodea la que hace de la infancia una etapa mágica, pero también la que nos convierte en seres frágiles e indefensos ante el resto del mundo.
Recuerdo que cuando tenía 6 años alguien decidió arrebatarme mi inocencia de un plumazo y enseñarme, sin ningún tipo de tacto, que la vida no era ese cuento de hadas que siempre me habían contado. Me obligaron a crecer de golpe, y aunque aún seguía siendo una niña, tuve que enfrentarme a algo para lo que nadie puede estar preparado, pero mucho menos alguien que hasta el día anterior solo pensaba en jugar como el resto de niños. Me tocó enfrentarme a un problema que ni siquiera era capaz de entender. Una de las imágenes que tengo grabada de aquella época es una tarde que pasé llorando a escondidas de mi familia creyéndome culpable de algo que ni entendí, ni busqué, ni pude evitar, y asumiendo que si alguien se enteraba de aquello me castigarían por haber dejado que ocurriese. No era capaz de entender qué es lo que me habían hecho, pero sí sabía que era algo malo. Y fue eso lo que me llevó a guardar silencio y a fingir que nada de eso había ocurrido.
Ahora que recuerdo todo aquello desde la distancia y soy capaz de entender todo lo que pasó, sé perfectamente que aquella decisión no fue la acertada, y tengo muy claro que si aquello me hubiese ocurrido en este momento actuaría de una forma completamente distinta. Pero no fue así. Por eso, aunque ahora entienda que no puedo culparme por actuar como lo hice, y aunque haya conseguido dejarlo atrás, todavía me sigo sintiendo esclava de la decisión que tomó aquella niña de 6 años, porque desde que aquel día decidí guardar silencio no puedo evitar que una parte de mí se sienta siempre culpable por no poder ser del todo sincera con la gente a la que quiero.
Tengo muy claro que todo aquello me marcó de una forma muy fuerte y ha influido de una forma muy profunda en mi manera de ser, convirtiéndome, tanto para bien como para mal, en la persona que soy hoy en día. Por eso mi decisión de callarlo hace que inevitablemente siempre exista un muro que me separe en cierta forma de la gente a la que quiero, y lo que hace que a veces me pregunte si en el fondo estoy siendo injusta con ellos al no permitirles que puedan conocerme tal y como soy. Ellos nunca sabrán que pasa por mi mente cuando alguna noticia que sale en el telediario me hace bajar la cabeza, ni a que se deben mis épocas de querer alejarme de todo, ni por qué a veces me agobian los sitios con gente, ni por qué hay ocasiones en las que parezco una antisocial, ni por qué algunos días simplemente necesito el silencio...
Siempre he defendido que las relaciones, sean cuales sean, deben estar basadas en la sinceridad y en la confianza entre dos personas. ¿Pero qué pasa cuando la sinceridad tienen un precio demasiado alto para la gente que quieres y para ti misma? A día de hoy tengo claro que cumpliré aquella promesa que me hice un día de guardar silencio, simplemente porque no tiene sentido remover lo que ya está enterrado entre recuerdos borrosos, pero eso no evita que haya días en los que se hace difícil y en los que sienta que es necesario pedir perdón, aunque sea en silencio, a la gente que me quiere. Y hoy es uno de esos días.
Comentarios
Publicar un comentario