La imagen de la felicidad

A veces la rutina diaria y las prisas  nos hacen comportarnos como máquinas que han sido programadas para vivir, sin ser realmente conscientes de que estamos viviendo. Nos encontramos en una época marcada por los tiempos, los horarios, las obligaciones, el estrés...y es precisamente ese ritmo alocado el que muchas veces no nos permite ser conscientes de dónde nos encontramos o de qué estamos haciendo. Tenemos muy claro en nuestra cabeza que tenemos que andar, estamos obligados a no dejar de hacerlo, pero lo hacemos sin fijarnos en nuestros pasos, como si tuviésemos una venda en los ojos que nos impide ver lo que nos rodea. Estamos muy ocupados en andar como para detenernos a mirar el paisaje.

Por suerte, de vez en cuando se cruza en nuestro camino alguno de esos días que, por alguna razón, están marcados especialmente en nuestro calendario, y es en esos días en los que, por una vez, somos capaces de quitarnos la venda de los ojos y mirar a nuestro alrededor. Ayer para mí fue uno de esos días marcado en rojo en mi calendario. Uno de esos días en los que dejas a un lado tu obsesión por seguir andando, y simplemente te detienes para ver el camino que has dejado atrás y, sobre todo, a todo lo que hay junto a ti en ese punto del camino.

Ayer fui capaz de detenerme por un momento a observar el paisaje, y lo cierto es que mereció la pena detenerse. Mereció la pena ver a todos mis compañeros de viaje, a esos que siempre están conmigo, aunque a veces no me detenga a valorarlos. Ayer fui capaz de ver de una forma diferente ese saludo que me dedican  mis padres cada mañana, esa sonrisa de mis amigos al verme aparecer, esa mirada traviesa que augura que están tramando algo, esa sonrisa cómplice en los labios de quien siempre está a mi lado y sé que lo seguirá estando siempre, ese chiste de mi padre que nunca falta al llegar a casa, esa gominola que deja mi madre en mi escritorio algunas tardes sabiendo que es mi preferida, esa llamada de teléfono que nunca falta aunque no haya nada de lo que hablar, ese abrazo o esa caricia en la que no son necesarias las palabras, esa broma que sólo nosotros entendemos y que tanto nos gusta a pesar de ser una tontería... Ayer dejé de verlo todo como una simple rutina para fijarme en el significado de cada gesto, en el valor de cada momento.

Hace unos años mi padre mi dijo algo así como que la felicidad es la sensación que experimentas cuando la imagen que visualizas en tu cabeza al dejar hablar a tu corazón con los ojos cerrados coincide con la imagen que encuentras al abrirlos. Ayer, después del intenso día de cumpleaños, decidí hacerle caso a mi padre y dediqué unos segundos a cerrar los ojos... Y lo cierto es que no encontré ninguna diferencia con la imagen que encontré al volver a abrirlos. Puede que para el resto esa imagen no sea nada del otro mundo, pero para mi es simplemente perfecta... La imagen de la felicdad

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