Por los momentos fugaces

Hay minutos que parecen no tener fin, que parecen estar destinados a transformarse en horas. Minutos en los que el reloj parece haberse congelado sin tener intención de seguir avanzando, por muchos ruegos que escuche, por muchas maldiciones que le dediquen. Son esos, los minutos interminables, los que nos hacen darnos cuenta de nuestra incomodidad, de nuestra falta de ganas por vivirlos. Son esos minutos los que nos hacen ser conscientes de que no estamos donde realmente querríamos estar, que no estamos haciendo lo que deseamos hacer. Esos son los minutos interminables, aquellos minutos que nadie querría vivir, los minutos de los que todos tratamos de huir.

Pero no todo el tiempo se compone de minutos interminables. También existen esos momentos en los que el tiempo parece haberse revolucionado y avanza sin ningún control, de forma irracional, consiguiendo que cualquier fracción de tiempo, ya sean días, semanas, meses o incluso años, queden reducidas a unos pocos segundos. Como cuando te encuentras con alguien a quien no ves desde hace meses y al mirarle a los ojos, casi por arte de magia, parece que nunca hayas dejado de hacerlo. De pronto todos los meses desaparecen y se convierten en unos pocos segundos, los segundos que necesitas para volver a reconocer esa mirada y perderte en ella, borrándose de un plumazo el tiempo que has pasado sin mirarla.


Esos son los momentos fugaces, los que nos hacen darnos cuenta de que estamos justo en el lugar en el que siempre hemos querido estar, de que estamos ante lo que siempre hemos necesitado. Y son precisamente estos, los momentos fugaces, los que nos dedicamos a buscar durante toda nuestra vida. Porque son precisamente esos momentos fugaces los que consiguen que toda nuestra vida cobre sentido, que todo valga la pena, incluso aquellos minutos interminables que tan poco nos gustan.

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