La rosa y la luna


Ella era la flor más bonita de cualquier jardín, la típica rosa ante la que todos detenían sus pasos, aunque solo fuera para admirar su belleza por unos minutos. Era la flor que conseguía despertar el interés de todos, la que se llevaba todas las atenciones y no pasaba nunca desapercibida. Ella era la rosa a la que todos pretendían, con la que todos soñaban.

Entre todos los pretendientes de aquella rosa destacaba el Sol, que valiente y atrevido como ninguno, un día consiguió hacerse un hueco en la vida de aquella rosa. A nadie dejaba indiferente la tierna imagen que resultaba cuando estaban juntos, la imagen de aquella rosa iluminada por los rayos dorados del Sol. A los ojos del mundo, aquella era la pareja perfecta que parecía sacada de un cuento de hadas, la historia que todo el mundo envidiaba.

Entre los espectadores de aquella historia se encontraba la Luna, más tímida y reservada que el Sol. Ella, refugiada por la oscuridad de la noche, tampoco había podido evitar rendirse a la belleza de aquella rosa a la que admiraba a escondidas. Hacía tiempo que solo vivía para alumbrarla, aunque nadie supiera a quién iban dirigidos sus rayos, aunque para aquella rosa solo fuera una más.

Sin embargo, y aunque aquella historia pareciera perfecta a los ojos del mundo, la rosa no podía evitar sentirse cada vez más sola y más perdida. Se había dejado llevar, y sin darse cuenta se había encontrado con una vida que no quería. A pesar del profundo cariño que le tenía, decidió alejarse de él sabiendo que no podría corresponder nunca lo que el Sol sentía por ella. Se marchó de su lado envuelta en dudas y en reproches hacia sí misma, maldiciéndose por hacer daño a quien más la quería. En su camino de huida, por sorpresa, se encontró con la Luna, quien siempre dispuesta a cambiar las lágrimas de su rosa por sonrisas, dejó sus sentimientos a un lado y le entregó su cariño y su apoyo desinteresado. Al fin y al cabo, hacía tiempo que había asumido que aquella rosa era inalcanzable para ella.

Pero a la vida, si hay algo que la caracteriza, es que es impredecible, y cuando menos lo esperas te puede sorprender. Y de pronto, en una noche como otra cualquiera, pasó.  Ocurrió aquello que nadie esperaba, ni siquiera la Luna, ni siquiera ella misma… De pronto, una noche normal se convirtió en una noche única, se transformó en la noche que será recordada por siempre como la noche en la que aquella rosa, deseada  y pretendida por todos, quedó rendida ante la luz de la Luna.

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