La amistad necesita de dos que la mantengan
¿Sabes? Ayer volví a esperarte
en aquel banco escondido del parque, ya sabes, ese en el que tantas
veces me citaste cuando necesitabas hablar, ese en el que nos veíamos
cada vez que necesitabas que te apoyase o comprendiese, ese en el que
me repetiste mil veces lo mucho que significaba para ti y en el que
me prometiste otras tantas que siempre estarías para mí. Ayer volví
a esperarte en aquel banco como tantas otras veces, siendo yo esta
vez quien necesitaba de la cita, quien necesitaba encontrar tu
apoyo..., y al igual que tantas otras veces al final tuve que volver
a casa cansada de esperar. Pero esta vez hubo algo diferente. Esta
vez no miré mil veces a mi alrededor intentando verte llegar, ni
revisé una y otra vez el móvil en busca de algún mensaje que te
disculpara por la tardanza, quizás porque tenía claro que no
encontraría nada. Esta vez, a diferencia de otras veces, me levanté
del banco sin mirar hacia atrás y sin rastro alguno de preocupación
por tu retraso. Esta vez me levanté del banco con una sonrisa de
decepción en mi cara, casi riéndome de mi misma, siendo consciente
de que quizás no volvería a sentarme jamás en aquel mismo banco.
Y hoy sé lo que me espera. Sé
que ahora llega el momento en el que te presentas ante mí con una
sonrisa inocente y una mirada conciliadora dispuesto a disculparte
por no haber podido ir a la cita. Pero a diferencia de otras veces,
hoy no estoy dispuesta a escucharte. No vengas a decirme ahora que no
tuviste tiempo, que alguien te entretuvo, o que te surgió un
imprevisto. No me digas que lamentas no haber podido llegar o que te
supo mal hacerme esperar en aquel banco. No hace falta que vengas
poniendo mil excusas que ni tú eres capaz de creer, ni haciendo
promesas que los dos sabemos que no vas a cumplir. Hoy puedes
ahorrarte todo ese teatro, porque simplemente ya ha dejado de
importarme. Y puede que te sorprenda mi indiferencia, pero lo cierto
es que no siento que pierda una amistad, simplemente porque no puede
perderse lo nunca se ha tenido. Hoy al final he comprendido que lo
nuestro nunca fue una amistad, sino más bien un contrato de
conveniencia en el que quise ver algo más.
“La amistad es un lazo capaz
de aguantar al tiempo, a la distancia, a las curvas, los
obstáculos... La amistad puede vencerlo todo, siempre y cuando se
trate de amistad verdadera. Y esa, la amistad verdadera, es la
amistad compartida, la amistad que se sostiene por la dedicación y
lucha de las dos partes, y no por el empecinamiento de una sola”.
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