El tren de la vida
Alguien dijo una vez algo así como que la vida es como un
tren que se desplaza entre dos puntos.
El trayecto puede ser más largo o más corto, puede estar acompañado de paisajes
bonitos o puede estar repleto de sobresaltos. Si hay algo que no cambia,
independientemente del tren y del destino, es el ir y venir de la gente en cada
estación.
A lo largo del viaje los pasajeros del tren van cambiando
constantemente. Los hay que comienzan el trayecto contigo, pero a mitad de
camino se bajan del vagón en busca de un destino distinto al tuyo. Hay otros
que comparten tu viaje de principio a fin, pero que a lo largo del trayecto van
moviéndose por los distintos vagones, a veces disfrutan del viaje junto a ti y
a veces lo hacen desde el vagón más alejado al tuyo.
Pero sin duda, los pasajeros más especiales son aquellos que
cogen el tren a mitad del viaje y llegan hasta tu vagón por casualidad. Por
obra del destino, o lo que quiera que controle estas cosas, estas personas que
no conocías de nada aparecen en tu vagón y se quedan acompañándote hasta el
final del camino con largas conversaciones, sacándote sonrisas o simplemente
disfrutando en silencio del paisaje contigo. Y son estas personas las que hacen
que el viaje sea agradable, que se haga corto. Son precisamente estas personas
las que hacen que el trayecto tenga sentido, las que nos hacen pensar que subirnos
a ese tren valía la pena.
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