Diferente, rara, extraña.

Reconozco que siempre he sido una rebelde, no sé si con causa o sin ella, pero casi nunca he simpatizado con la mayoría. Recuerdo como desde muy pequeña, aunque ni siquiera era capaz de dar tres pasos sin estar a punto de acabar en el suelo, siempre encontraba la forma de protestar y de dejar clara mi opinión. Mis primeras escenas de rebeldía empezaron cuando aún no tenía ni 2 años. Según me han contado, mis padres y mis abuelas se empeñaban en comprarme millones de vestidos de todos los colores  y de todas las formas posibles, y recurrían a miles de juegos y chantajes para intentar que me los pusiera sin rechistar, pero a mí no me gustaban. Los odiaba, de hecho, y no había mañana en la que no terminara llorando a mares como si me estuviesen matando, hasta que conseguía que me cambiasen aquellos horrorosos vestidos por ropa que me convenciera.

Después vino la etapa de las muñecas. La gente se empeñaba en comprarme muñecas de topo tipo: de las que lloraban, las que andaban, las que traían consigo varios vestidos, las que me sacaban más de dos palmos y llegaban a darme pánico... Todo el mundo me decía que las niñas debían jugar con muñecas, que era "lo normal". Quizás fue precisamente esa obligación a jugar con muñecas la que me hizo aborrecerlas por completo. Yo me divertía más pegando patadas a un balón, correteando por la calle, jugando a imitar a mi hermano hasta que acababa enfadado y yo me veía obligada a buscar refugio en los brazos de mis padres para no recibir una colleja o escondiendo los zapatos de todo el mundo por cualquier rincón de la casa (sí, quizás era un poco "traviesa" de pequeña, además de rebelde).

El caso es que, por un motivo o por otro, casi nunca he estado de acuerdo con lo que la mayoría decía que debía pensar. Lo cierto es que siempre me he decantado por lo políticamente incorrecto. Y quizás eso haga que la gente puede catalogarme como “rara”, pero no me molesta, en cierta forma siempre me he sentido mucho más atraída por el grupo de los raros que por aquellos que van de “normales”. El hecho de que alguien pueda llamarme rara lo considero, más que un insulto, un piropo, porque en el fondo significa que hay algo en mí que me hace diferente al resto, algo que evita que entre a formar parte del aburrido grupo de los clones.

Muchas veces he escuchado el término “antinatural” para referirse a aquello que se escapa de lo que la sociedad considera normal, de lo políticamente correcto. No estoy de acuerdo. No creo que lo diferente sea antinatural, al contrario. Veo más naturalidad en la gente que viste, piensa y actúa de acuerdo a sus propias ideas, sin importarle lo que piense el resto, que en aquellos que se esfuerzan en adoptar las ideologías y las conductas de la mayoría. Por eso, tengo que decir que sí, soy diferente, rara, extraña o como quieran llamarme, y además estoy encantada de serlo.

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