Lanzar una moneda al aire

Reconozco que nunca he sido muy buena a la hora de tomar decisiones. Simplemente no me gustan. Tomar decisiones siempre es complicado, y si eres una persona con tendencia a dar demasiadas vueltas a la cabeza, la situación se complica aún más. Quizás fue mi pánico a tomar decisiones lo que me hizo utilizar un mecanismo alternativo. Sé que probablemente no sea el mejor método, ni el más ortodoxo, pero reconozco que es un método bastante útil. Desde hace unos años, siempre que tengo que tomar alguna decisión importante, lanzo una moneda al aire y dejo que sea esa moneda la que decida por mí.

Sé que hay mucha gente que no entiende cómo puedo jugarme decisiones importantes lanzando una moneda al aire, y lo cierto es que si me paro a pensar en ello, puede que yo misma pueda interpretarlo como una actitud inmadura e infantil, más propia de un niño pequeño que de una persona adulta. Sin embargo, hace poco pude comprobar a través de internet que lo de lanzar una moneda al aire no es sólo una locura mía, sino que es mucho más frecuente de lo pensamos. Al parecer, según decían en el artículo,  este método te ayuda a aclarar tus ideas, ya que en la mayoría de los casos, apenas unos segundos antes de que caiga la moneda te das cuenta de qué es lo que realmente quieres que diga esa moneda. Y sí, puede que eso ocurra en algunos casos, pero no estoy de acuerdo en que sea eso lo que busca la gente.


Sinceramente, cuando lanzo una moneda al aire, no busco saber qué decisión es la que quiero tomar, porque en la mayoría de los casos suelo tenerlo muy claro. Lo único que busco con este “juego” infantil es alejar de mí la presión, hacer que no recaiga sobre mí la responsabilidad de tomar la decisión correcta. De esa forma, si la decisión que tomamos sale mal, siempre podremos culpar al azar, al destino, o a cualquier otra fuerza invisible de ser los responsables de todo cuanto nos ocurre. Lanzar una moneda al aire es mi forma de volver a mi infancia, cuando no tenía que preocuparme por nada, cuando no tenía que cuestionarme ninguna de mis decisiones, simplemente porque siempre había alguien que decidía por mí y se hacía responsable de todo lo que pasaba. Al fin y al cabo, siempre es más fácil pensar que existe una fuerza poderosa que controla todo cuanto nos rodea, antes de pensar que somos nosotros, con nuestras decisiones y nuestros actos, los únicos responsables de nuestro destino.

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